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Perú: Experiencia “Saliendo de la J´aula”

Soñaba y creía que la vida era gozar.

Desperté y comprendí que la vida era servir.

Serví y descubrí que servir era gozar.

Por Sergio Mateo* 

Cuando se empieza el paso por las aulas, los primeros años suelen ser muy divertidos y el aprender es casi un juego cada día. Con los años, la exigencia en los colegios se va volviendo mayor y lo que en un principio era un lugar casi de juego, se convierte en uno donde los conocimientos se atropellan unos a otros tratando de imponerse para al final de doce años dejar a un joven en la puerta de la universidad.

Nuestro colegio rompe esa rutina dentro de las cuatro paredes y se diferencia de otros a través del programa de pastoral que con diversas actividades acercan a los niños y jóvenes a la realidad y a saberse personas que tienen un compromiso de servir. En el Colegio de La Inmaculada los alumnos de grados menores aprenden a compartir con chicos de sus mismas edades pero de colegios de zonas marginales: una lonchera juntos, un día de juego, una lección aprendida en clase, una nueva amistad. Estos primeros acercamientos los van sensibilizando y enseñándoles que su mundo es algo más que su casa, su colegio y sus amigos; que hay algo más fuera de su burbuja y que hay algo por hacer.

Ya en los primeros años de la secundaria, el programa de pastoral los invita a que voluntariamente vayan regalando parte de su tiempo para ir a trabajar en alguna obra social e ir descubriendo que en el dar es cuando uno recibe más.

En tercero de secundaria la mayoría ha visitado colegios de Fe y Alegría, ha caminado por los mismos caminos que sus alumnos transitan para llegar a sus aulas y han conocido de ellos mismos historias duras pero valiosas de gente que lucha por superar la pobreza material que les ha tocado vivir. Esto los hace caer en la cuenta de que están en una posición privilegiada y que eso los compromete consigo mismos y con los demás; en muchos nace un reto para el año siguiente, atreverse a salir de las aulas, a salir de la “jaula” que su estructura social le pone y vivir y sentir igual que el hombre o mujer de alguna comunidad lejana y casi olvidada.

En cuarto de secundaria, toda la promoción deja las clases por 10 días y se traslada con su mochila y toda la teoría aprendida en los cursos de historia, geografía y ciencias a conocer el Perú profundo, a conocer al campesino, a ponerse en sus ojotas y comer, trabajar, vivir como ellos, con su pobreza pero con su dignidad, y descubrir a Dios en ese hombre desconocido para él pero que lo recibe con los brazos abiertos. Las pequeñas experiencias previas tenidas en años anteriores, a veces no son suficientes para que los muchachos sientan el golpe de la realidad y descubran que hay mucho por hacer. Una condición para participar es atreverse a vivir desconectado, sin celulares ni todas las comodidades que tienen en casa e ir con humildad y buena disposición. Este año nos acogieron las comunidades de Pomabamba, San Miguel de Acco, Ccachccara, Huayllabamba, Chacolla, San José de Cruz Pampa, Uchuyri, y Cancha Cancha del departamento Ayacucho, a cuatro horas de Huamanga, su capital. En cada pueblo una familia de campesinos dio hospedaje y alimentación a un grupo de 10 a 12 muchachos. Cada mañana muy temprano se salía a trabajar a los campos, muchas veces caminando más de 2 horas hasta llegar al lugar. Las tareas eran muy diversas, pero hacían comprender lo que el hombre de la sierra debe realizar para subsistir: remover la tierra, retirar piedras para habilitar el campo, sembrar, deshierbar, cosechar, cortar leña, trasladarla, cuidar ganado, ordeñar, etc., trabajo duro para un muchacho que solo está acostumbrado a cargar su mochila de útiles escolares y pelotear un poco. Por las tardes aprovechaban en caminar por el pueblo, conversar con la gente, jugar con los niños o tener un partido de fulbito con los jóvenes del lugar. Cada noche llegaba para ponerse en presencia del Señor y reflexionar juntos lo vivido ese día o quizás llorar un poco cuando las emociones eran muy fuertes y quebraban por momentos el espíritu, pero servía para darse ánimos entre todos y sacar una lección de vida.

La experiencia Fuera de la Jaula los hace descubrirse, saberse parte una realidad que va más allá de la comodidad del hogar y sus círculos sociales, los hace ver lo olvidado que puede ser el país en algunos lugares y que lo que los libros dicen o las noticias cuentan son solo una parte. Los muchachos suelen ir creyendo que ayudarán a alguna familia campesina cosechando su maíz o arando su tierra, y esa ilusión se trastoca cuando esa gente a la que pretendían ayudar les empieza a dar lecciones de solidaridad, de amor, de compartir, cuando ven que de toda su pobreza, de lo poco que tienen para ellos mismos, les entregan todo gratuitamente. También es una gran experiencia de fe, toda la belleza de la gente y los paisajes puestos por la mano del Señor, la bondad de las personas, la sonrisa de los niños, la satisfacción de haber realizado una tarea y sentir el cansancio no como una molestia sino como una señal de haberlo hecho bien, todo es tan intenso que los hace sentir a Dios vibrando en sus corazones. Pero los problemas y tensiones también se pueden dar, las lágrimas también pueden correr en los momentos de frustración, sin embargo esos son los momentos en que los muchachos estarán más sensibles a ver con el corazón.

En la última experiencia recuerdo como una tarde cuando la tensión hizo que uno de los muchachos se ofuscara y se retirara enojado fuera de la casa, al salir se encontró con una señora muy viejita que solo le sonreía mientras le hablaba en quechua, luego con mucha ternura lo abrazó y le dio un beso y se marchó. Esa noche en la reflexión que hacíamos antes de ir a descansar, su emoción era enorme y su única explicación fue que la Virgen María se le hizo presente en esa señora para darle consolación, no tenía otra para una muestra gratuita de amor justo en el momento que más lo necesitaba.

Cuando la experiencia termina, es mucho lo aprendido y lo que se trae en el corazón, los lazos creados entre ellos y la comunidad que los hospedó son muy fuertes. Pero más fuerte es el compromiso que queda en ellos, el saber que hay algo por hacer, quizás muy poco a sus 15 o 16 años. Algunos querrán volver al siguiente año tratando de completar lo que sienten que quedó inconcluso, pero lo cierto es que queda una semilla para que en unos años, cuando sean profesionales, empiece a brotar y los convierta en los transformadores de esta sociedad.

 

* Sergio Mateo es docente del Colegio De La Inmaculada en la ciudad de Lima Perú y fue el responsable de acompañar a los alumnos de 4° año de Secundaria que participaron en la experiencia.