Puerto Príncipe.- Se le suele denominar “burbuja” a un fenómeno económico que sucede en los mercados cuando, en resumidas cuentas, un bien comienza a gozar de una buena reputación para invertir. Entonces los actores del mercado especulan, compran con la esperanza de obtener una ganancia futura. Esto genera una demanda que hace que el precio del producto o el activo aumente y aumente como una burbuja que crece. Entonces, el precio sobrepasa ridículamente el valor real del producto y, finalmente, muy pocos están dispuestos a comprarlo. Una vez que existen muchas personas vendiendo a un precio tan alto y pocos interesados en comprar, la burbuja revienta: la escasa demanda hace que el producto baje sus precios a niveles incluso por debajo de los originales, generando un pésimo negocio para quienes especularon, dejando el producto con un valor insignificante.
Sin duda este fenómeno es propio de las reglas financieras y la especulación del costo-beneficio. Sin embargo, su lógica es interesante para entender también procesos de cooperación y solidaridad internacional. Tras el terremoto del 2010 en Haití, millones y millones de dólares ingresaron al país mediante ONGs, organizaciones internacionales e instancias de cooperación. La urgencia de la catástrofe hizo ver a la sociedad internacional que el beneficio social de un dólar gastado en Haití valdría más que un dólar gastado en otro lugar del planeta. Se crearon organizaciones, se realizaron todo tipo de construcciones, se enviaron miles de contingentes de voluntarios, de alimentos, de ayuda. Al poco tiempo, todas estas organizaciones y mecanismos de cooperación comenzaron a toparse, y con ello a preguntarse, si el aporte socialmente más rentable sería gastar los dólares en Haití más que en otra parte. Este proceso – junto a la situación de urgencia en otros lugares del planeta y la crisis del Euro – concluyó en un éxodo masivo de los recursos frescos que tuvo Haití de parte de la comunidad internacional hace 24 meses.
Así, la “burbuja haitiana de la solidaridad” se encuentra en su fase de reventón, tal como posiblemente sucederá en un par de años en Siria o en el Cuerno de África. Esta burbuja no estará dejando en su paso a miles de personas con activos comprados sin poder venderlos, pero si está dejando proyectos inconclusos, compromisos vacíos, una vez más expectativas generadas no satisfechas. Estamos hablando de casas construidas sin un proyecto urbano en el largo plazo; de escuelas preciosas sin proyecto educativo; de programas públicos espectaculares sin dejar capacidades instaladas para su gestión; proyectos de reforestación sin una mirada de sustentabilidad, en fin, acciones en búsqueda de la rentabilidad inmediata sabiendo que el beneficio en los programas sociales es luego de la constancia de un proceso a fuego lento
Hoy, Haití observa expectante como este decrecimiento en la ayuda internacional le está diciendo que su valor en el plano de la cooperación ya no es tan rentable como lo fue antes. Surge, entonces, la gran pregunta acerca de qué hacer: ¿Habrá que esperar que una nueva catástrofe azote a Haití para estar de nuevo en el centro de la ayuda? ¿Habrá que invertir enormes cifras de dinero en publicidad para motivar la solidaridad y mostrar que Haití sigue siendo un “producto valioso”?
Sebastián Bowen
Director de la Oficina de Planificación y Desarrollo en Fe y Alegría Haití