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Haití: Nueva columna de Sebastián Bowen “Enstitisyon Piblik”

Enstitisyon Piblik.

Por Sebastián Bowen*

No es fácil conducir de noche en Haití, en realidad tampoco es fácil conducir de día, pero en la noche la luz pública prácticamente no existe, por lo que, además de la oscuridad, la visión se dificulta donde todos conducen iluminando el camino con sus luces altas y, de paso, encandilándose mutuamente.  Esto hace de la conducción nocturna en Puerto Príncipe una intuición más que una habilidad.

Es interesante este ejemplo para entender la importancia de los bienes públicos. Ante la

 ausencia de luz que nos sirva a todos por igual, aparece entonces la necesidad individual de prender las luces altas. Esta solución podrá ser muy efectiva para quien la gestiona, pero es una pésima solución desde el punto de vista social, ya que por el bienestar de uno se encandila al resto, sin considerar el bienestar de todos. Como respuesta, cada uno busca su propia solución, todos los conductores terminan prendiendo sus luces altas tratando de ver mejor el camino y encandilando a quienes se encuentren en su paso.

Ante esta ecuación final todos terminan perjudicados, salvo aquellos que tienen las luces más fuertes, quienes se imponen y, a diferencia del resto, la luz pública no les va ni les viene, se iluminan por su propia cuenta.

En Haití, uno podrá encontrar un ejemplo similar en todos los planos: la poca electricidad que hay es en base a generadores y baterías privadas; el agua es fundamentalmente comprada desde unos camiones que llenan pozos particulares; en el tránsito, no existe transporte público propiamente tal; la jubilación es una ironía en un país donde el empleo es informal; la seguridad depende de lo que puedas pagar; y 9 de cada 10 escuelas no responden a ningún parámetro ni estándar estatal.

Y es que Haití se ha constituido sobre un orden en ausencia del Estado. El bienestar está definido por las capacidades y oportunidades que, de forma individual, cada cual puede acceder. En definitiva, un orden social que favorece al poderoso, quien goza ante la ausencia y la debilidad de instituciones que velen por los derechos de todos los ciudadanos y que regulen los excesos. Por su parte, sufren en Haití quienes requieren de la existencia de una institución fuerte que equipare la cancha, que los proteja, y que garantice que ciertos beneficios básicos no dependerán de sus redes, su fuerza, o su capacidad de generar dinero.

Es sencillamente un “milagro haitiano” que ante este panorama se hayan generado iniciativas ciudadanas o comunitarias que intenten suplantar la función pública del Estado. Tal es el caso de escuelas comunitarias o sustentadas por fundaciones haitianas que brindan educación pública y gratuita. Pero aún así, estas iniciativas son vulnerables, con precarios servicios, y dependen siempre de las buenas voluntades.

De ahí entonces que uno de los desafíos más cruciales es el fortalecimiento de instituciones públicas que sean capaces de penetrar los distintos espacios. Un Estado que con incentivos, servicios, políticas, subvenciones y regulaciones no deje a la suerte del destino el bienestar de los ciudadanos, potencie aquellas iniciativas orientadas hacia el bienestar social y limite el accionar de quienes podrían avanzar sin considerar al resto. En definitiva, que ilumine a todos por igual y ponga freno a quien pretenda iluminarse a costa de los demás.

Es evidente que acá no estamos hablando de Haití, este es sólo el pretexto para referirnos a nuestra Latinoamérica. Porque una de las tentaciones más graves que podemos cometer como continente es desprestigiar antes que fortalecer a las instituciones públicas, sin entender que con este discurso fácil, populista y cortoplacista, los únicos que ganan son los poderosos que cuentan con las luces más fuertes de antemano y que no requieren de una sociedad organizada para abastecerse y mejorar su condición.

No es posible entender la justicia, la equidad o la democracia sin el funcionamiento de las instituciones que deberían velar por la búsqueda de estos valores sociales. Y no es posible entender el funcionamiento de estas instituciones y su constante mejora sin el compromiso, la crítica, el cuidado y el involucramiento de los miembros de la sociedad. Y en esto no se puede ser neutro, el debilitamiento del Estado y sus instituciones convendrá siempre a quienes no necesitan de ellas, y estos nunca serán los desfavorecidos. Contribuir con su desprestigio y desconfianza, es una forma de perpetuar nuestra, hasta hoy, endémica desigualdad latinoamericana.

 *Sebastián Bowen es el director de la Oficina de Planificación y Proyectos de Fe y Alegría Haití (Foi et Joie Haití), esta oficina así como el equipo de voluntarios coordinados por Bowen son parte del Programa de FLACSI “Ignacianos por Haití”.