El Padre Fabricio Alaña Sj. Rector de la Unidad Educativa Particular Javier de Ecuador viajó a Haití junto a la delegación FLACSI para conocer los avances del proyecto en Fe y Alegría Haití. Nos escribe para compartir experiencias, vivencias y lecciones de vida.
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Haití: Una Pasión
P. Fabricio Alaña SjPASIÓN: del griego pathos: padecer, sentir. La ética del pathos, es la conducta del que actúa porque siente, porque se conecta con el otro. En portugués para decir amor, se usa esta raíz griega, paxion. El apasionado es el que está enamorado y por eso cuida la relación hasta la consumación total.
Para quienes hacemos formación pedagógica, consideramos que la mejor labor educativa es concientizar a la juventud a desarrollar sus talentos, a apostar por el cambio, el crecimiento personal y social. Sólo tendremos éxito si los acercamos a la realidad social y cultural diversa. La realidad de los más vulnerables y en especial, la de Haití; que es una pasión para acompañar una semilla.
Fe y Alegría Haití (foi et Joie) puede dar mucha esperanza a su pueblo; pues enseñar es dar y crear oportunidades de desarrollo, de progreso, de salir de la pobreza. No hay mejor acción social que educar. Y eso es lo que venimos a constatar.
Invitado por la Federación Latinoamericana de Colegios de la Compañía de Jesús (FLACSI) estuvimos con el padre José Meza, colombiano, delegado de educación presecundaria y secundaria de la curia de Roma, con el padre Alex Pizarro de Chile, presidente de la FLACSI. Padre Gabriel Ambroise Dorino, director de Fe y Alegría Haití, Sebastián, Roberto y Teresa, además de otros compañeros voluntarios de Chile, España, entre otros; quienes concretan en proyectos y diseños estratégicos la campaña “Ignacianos por Haití” que viene desarrollando la FLACSI; como ejemplo de conciencia ciudadana planetaria, nuestra responsabilidad social con el que sufre y la apuesta por proyectos regionales que nos sacan de nuestra pequeñez y enriquecen la humanidad, como los que la Conferencia de Provinciales de América Latina (CPAL) nos ha señalado : Haití, Cuba y la Amazonía como nuestra responsabilidad latinoamericana del Proyecto Apostólico Común.
ARRIBO. Para que el amor sea creíble debe vencer sus dificultades.
Salí de Guayaquil después de las largas jornadas de trabajo, las preocupaciones apostólicas y comunitarias. Aterricé en Miami y perdí el avión por la prosa migratoria norteamericana. Abandoné territorio estadunidense luego de seis horas de larga espera por problemas técnicos de la aerolínea, que nunca dio otra explicación más que un simple “apologize” (disculpas) y siguió su rumbo.
Al llegar a la migración Haitiana fui detenido por no poseer la dirección local donde me hospedaría. Entre mímicas, balbuceos y una mezcla rara de francés, inglés y Creol, me dejaron salir a buscar a alguien, en este caso a la persona que, en teoría, me debió estar esperando, pero luego de ocho horas de retraso, no fue así.
No fue fácil buscar ayuda, pero Dios, por su infinita bondad, puso en mi camino a un coro de ángeles, ocho religiosas que dominaban varias lenguas, entre ellas el español, y que, gentilmente, me auxiliaron con su dirección y luego, me conectaron con los Jesuitas del sitio.
EL VIAJE, CONTINÚA. Al llegar al noviciado de los Jesuitas de Haití, sentí un inmenso placer al constatar que eran los propios jesuitas haitianos quienes llevaban esta obra que, además, es un centro de espiritualidad.
Descansamos un par de horas para recuperar fuerzas y continuar con la maravillosa experiencia que acababa de empezar. Con el cuerpo reposado, la mente relajada y el ánimo entusiasmado, el grupo de voluntarios, los Jesuitas que estuvimos para esta empresa apostólica, mi persona y el buen y alegre guía padre Gabriel, emprendimos las cinco horas de camino hacia la frontera con República Dominicana. El trayecto, lleno de rutas difíciles y destruidas, fue apaciguado con las interesantes y acogedoras historias de nuestro guía, quien, a pesar de la pobreza y miseria que cubre con grandeza y esperanza, se siente bendecido por la historia y cultura de su país y la misión (planificación, comunicación y desarrollo) que realiza el grupo de voluntarios de los centros de Fe y Alegría.
Al acercarnos a nuestro destino, pude contemplar, del lado haitiano, un centro maravilloso de reflexión y atención al migrante, de la misma manera, en territorio dominicano, un impresionante colegio técnico en infraestructura y calidez humana.
El asombro no termina allí. Tuve el extraordinario placer de encontrarme con el padre Williams García Tuñón, cariñosamente “el gordo Willy”, antiguo compañero de teología en Brasil, que acababa de dejar el famoso e interesante colegio “Belén” en Miami.
En la actualidad, está hecho un brazo de mar y es experto en tecnología agrícola, además, acaba de asumir la rectoría del colegio técnico “San Ignacio” (ITESIL) de la ciudad de DAJABON, ahí, en República Dominicana.
Fue muy motivador observar el trabajo de tan jovial comunidad, de los maestros y demás personas que laboran con los refugiados.
Ya de regreso a Haití, cruzamos la frontera en pleno día de apertura del mercado, lo que quiere decir que el ingreso y salida de ambos países con productos era libre. La cantidad de personas caminando, cargando bultos sobre sus hombros y a expensas del calor sofocante era impresionante.
Otro de los grandes reencuentros que tuve el honor de celebrar fue con un hermano jesuita que está de misionero en la frontera haitiana, Fernando Breilh, muy querido en su comunidad, quien trabajó con la gente más vulnerable, enseñándoles inglés y apoyándolos con sus necesidades.
MARAVILLADO Mi admiración y respeto por el sufrimiento de este pueblo hermano, pero en especial por la alegría de vivir que nos proyectan sus rostros, sus sonrisas, sus alegrías en medio de tanta barbarie sufrida históricamente y no sólo por acontecimientos naturales.
He criticado algunas veces a quienes ni bien pisan un territorio extraño ya están tomando foto o escribiendo sus “experiencias” para contarlas, algunas para vanagloria, otras para enriquecerse. Lejos de tal intención, acepto sus riesgos, pero con deferencia y admiración se puede compartir pequeños relatos que nos invitan a dar gracias por la vida y a convencernos, que “nada de lo humano me es ajeno”. Aquello de que “lo que hiciste por uno de estos mis hermanos más pequeños, lo haces por mi” (Mt: 25), es la gran regla de oro que nos dejó Jesús para confrontar la calidad de nuestra fe. Más si en vez de dar, uno recibe fe del testimonio valiente y alegre que da este país. El ferviente y altruista trabajo de los Jesuitas, la Iglesia, los voluntarios y sus hazañas para empoderar a la gente y apostar por proyectos sustentables e inteligentes que sean alternativas y brinden esperanza, como lo que se hace en Foi et Joie Haití, (Fe y Alegría).
Por ello, siento la necesidad de compartir algunas impresiones:
La candidez en los rostros de las personas, en especial de los niños, su sonrisa contagiosa, su alegría indescriptible, las ingeniosas trenzas de las niñas, el dinamismo de su etapa, son una esperanza, saben confiar en su gente, en especial del profesorado de Fe y Alegría, quienes en media montaña daban ejemplo de aseo y orden a sus estudiantes, vistiendo, a pesar del arduo calor, ropa bien aseada, corbata ajustada y camisas mangas largas para impartir clases.
Me impresionó, de igual manera, el equipo Internacional de Fe y Alegría Haití. Conformado por personas comprometidas a sacar adelante un modelo realista de una red de escuelas que forjen la mente y el corazón de los chicos a su cargo. Es lo que llamamos: la perfecta combinación entre mística y técnica al servicio de una causa. No hay duda que para volar y volar alto, hay que planear bien, saber organizar los instrumentos adecuados para hacer mejor las cosas y ofrecer un servicio real. El amor verdadero tiene que ser eficaz y eficiente.
Me llenó de mucha alegría saber que jóvenes de muchos colegios jesuitas latinoamericanos son parte de este sueño, y pueden seguir haciéndolo. Ellos no pudieron venir, fueron muchos los que participaron en la campaña “Ignacianos por Haití”. De nuestro Ecuador fueron 6000 en dos años. Hoy, he visto sus frutos y al constatarlos no se imaginan cómo he deseado que puedan ver lo que yo vi, por eso y para ellos, escribo estas líneas.
Me impresiona y apasiona el enorme desafío que tenemos los seres humanos para superar nuestras diferencias, crear puentes de afectos, compresión y ayuda como hacen muchos voluntarios y chicos de otros países lejanos. Pero nos queda el reto mayor, crear esos mismos nexos en los pueblos cercanos. Las enormes diferencias entre dominicanos y haitianos. Siendo pueblos vecinos, invitan a superarlas. Son culturas muy distintas, es cierto, y eso es bueno y valioso, pero no podemos quedarnos conformes cuando se ve injusticia o se fomenta discriminación. La marea de haitianos que cruza la frontera dos veces por semana para vender sus productos, si bien debe ser mejor manejada, controlada, no se puede fomentar la discriminación ni el maltrato a los hermanos haitianos. Parece que no se los reconoce como tal.
Se puede gozar de la belleza del mar, de la vegetación con peligro de erosión, de las maravillas que quedan de la historia como el fuerte CITADEL, en la cima de una montaña en la ciudad de Cabo Haitiano, de la rica y variada gastronomía, como de la creatividad de su arte y expresión. El sincretismo religioso, en especial entre el Vudú y el Catolicismo, es llamativo pero para valorar sus potencialidades más que para purificar.
No existe lo químicamente puro, menos en este campo de lo religioso, en donde siempre hay que saber discernir y quedarse con lo bueno.
Da que pensar el desorden, la basura, la falta de infraestructura. Simplemente es la ausencia de un estado real y la presencia de un deplorable liderazgo político. Una buena educación, puede apoyar la transformación.
Da que pensar las más de tres mil ONGs que trabajan en Haití. Sus ostentosos vehículos y el hospedaje en los mejores hoteles de la zona. ¡Cómo se demoran en concretar proyectos que trasformen Haití! ¿Qué mismo hacen con el dinero de las ayudas internacionales? ¿Al servicio de quien mismo están?
Fue admirable el ejemplo de República Dominicana, que en seis meses hizo toda una bella universidad para los haitianos, queda ahora aprovecharla al máximo. Insisto y persisto: una buena educación, puede ayudar a la transformación.
Doy gracias a Dios por esta oportunidad de vivir lo que viví, de sentir lo que sentí y de estar en donde me han invitado. Pido que sigamos apostando por un proyecto grande, latinoamericano, de ciudadanía global que revele el verdadero ser humano que llevamos dentro, capaz de amar incondicionalmente, crear nuevas respuestas a nuevos desafíos. Cada vez es verdad aquello de “the world is our house”. El mundo es nuestra casa.
Fabricio Alaña SJ Puerto Príncipe, Haití. 8 de Abril del 2013